miércoles, octubre 26, 2005

La paradoja de vivir de una rutina constante


Sin ninguna novedad transcurren los días en la excesiva serenidad del lugar. Las mismas porquerías de siempre, los mismos paisajes desolados, el idéntico sonido natural mezclado con el urbano. Y en cuanto a mí, no cambia ni el brillo de mis ojos al dimensionar hechos asombrosos, que para cualquier mortal resultaría increíble mirar. Ni siquiera mi alma, que no soporta la ociosidad de la costumbre, se inmuta ante sucesos externos. Se derrumba un edificio en las cercanías, mientras que en un recoveco siento ladrar a un perro. La lluvia cae, las lágrimas también, la gotera del lavamanos no cesa; cada momento cargado con sutiles sonidos que, en paralelo, azotan mis oídos como si estuviera en la disco. Lo raro es que estoy solo, y los estímulos fuera de mí, son tan mínimos, que a cualquiera le daría la impresión de estar en el campo. Es esa la monotonía que cohabita en mi apartamento a expensas de lo que percibo cuando vivo con nadie. A lo mejor, el origen del problema se debe a que me causan nausea las fruslerías de la sociedad; no es normal, agorafobia es la enfermedad que padezco. Si a un niño que juega lo hacen llorar, lo corrompen. Si a mí me enseñan costumbres que vayan en contra de mis instintos, también. Por eso el aislamiento es una salida-no muy saludable-que custodia mis deseos que se concretizan en sueños con insomnio. Puesto que hacer lo mismo no me molesta, me apesta. Cuando amanece y me dispongo abrir los ojos para levantarme a realizar tareas para otros, y en ese instante pienso que esto se repetirá todos los días, es entonces cuando vislumbro con nostalgia y horror, la insoportable rutina diaria. Sin embargo, con un corazón partido en dos opuestos senderos pasionales, y a pesar de todo lo anterior; yo, en el fondo, anhelo el amor verdadero de una mujer y la rutina que traería el convivir con ella. Además, quiero viajar por el mundo, conocer otras culturas y otras perspectivas de vida. Todo lo cual, por supuesto, tiene como requisito mínimo la compañía de gente cercana o lejana. Eh ahí mi vulnerable disyuntiva. ¿Es mejor la compañía? Depende de que satisfaga mi alma solitaria. ¿Es mejor la soledad? Sólo cuando me abruman los demás. Lo que tengo claro es que escoja cual escoja siempre conllevarán a una conducta que, tarde o temprano, se convertirán en rutina. No me queda otra que aceptar las circunstancias tal cual como se presenten en su intrínseca naturaleza efímera, sabiendo de antemano la repetición de las mismas. Gira, todo gira, vuelve al punto de partida; es una condición inherente a la existencia humana. Encontrar el valor del camino semejante, el hábito memorable, el exótico carisma otoñal sobre el acomodado colchón; es una tarea para nada fácil. Adaptarme al medio ambiente y viceversa, tal y como espera la sociedad de mí, implica una actitud optimista y filantrópica hacia cada apoteósica acción del hombre que progresa en un desarrollo espiritual deteriorado, incluso fragmentado. Respiro un aire contaminado no sólo por la polución, sino también por olores frecuentes que desprenden los ejecutivos que deambulan en la ciudad. Yo me muevo entre la naturaleza maquinizada y la ciudad con áreas verdes, aunque reconozco que mi entorno no repercute en cómo me comporto. La idea que subyace en estas palabras alude a la importancia de lo que te exige vivir el tiempo a una rapidez e instantaneidad que cubre suspiros lentos y profundos. Es dinámica, irrepetible y modificadora esta realidad que alterna con quimeras mías. Enfatizo el porvenir como procesal de caprichos ansiosos, pero perpetuos. Cierro los ojos y caigo dormido en una dimensión desconocida, y me compenetro a la esencia de la voluntad del regreso continuo...el valor de la rutina.

No hay comentarios.: