miércoles, noviembre 14, 2018

Esas miradas que se cruzan




Intercambio de vistas. En almas recíprocas, aún diferentes. Activación elocuente del niño soñando ser viejo. El amor con sus alas eleva la cumbre de alegría. Fluir hacia el otro contento, Señor, contento. Ser como él, ella y ellos. Los une la equilibrada atracción, entre mundana y etérea. Piel de alma leal y caprichosa, que despierta una misma conciencia celestial. Lo que es, está en el cielo y la tierra. Y, en el universo, paz a los hombres de buena voluntad.

Si la niña flota por la ilusión que despierta su ángel, la felicidad eterna se manifiesta. No hay amor más grande que dar la vida por los....amigos. Otros, pero conocidos. Familiarizados con tus seres queridos. Los odiados no tienen cabida en la alicaída cordura occidental. Y luego, tras la nube volar, confesó: "No tengo paraguas". La voz del Altísimo se hizo consciente y habló en su mente. "Estoy ahí donde tu corazón late y la mente encumbra". Como si del cielo cayera su mirada de fe dispuesta a vivir. Canción. Olvido y ternura.

El clásico del clásico derrite las emociones dulces. Atención plena, entre nervios quisquillosos. Palabras que sirven para conocerse, y el espacio, que fuma la mirada tranquila. Si los ojos son la ventana del alma, aquellas almas, vieron sus almas. Y se rieron al unísono....¡He ahí lo dulce de lo amargo, lo bello de lo feo, lo caro de lo barato, lo caliente de lo frío! Son dos y punto. En la hora, del ahora. Así sea. Amén. Amén. Lo simple miró a lo complejo y se enamoró. Si el mensajero de alegrías cándidas sabe volar y le enseña al otro, entonces, cumplirá su misión celestial. De la mano, sin darla. De besos, sin darlos. De abrazos, sin darlos. Las miradas; eso sí, compartieron.

Fue la entelequia del diálogo entretenido. Esa que avivó el ánimo, contentó el espíritu y llenó el regocijo de ambos, al atardecer. Seguirán en la senda de descubrirse. Seguirán encontrándose en miradas cómplices, caricias tiernas y vocablos sinceros. Destinos interceptados en un camino despejado y luminoso que empiezan a recorrer. Tal cual llegaron al mundo, que el amor por fin hizo su entrada magistral.