jueves, enero 27, 2011

La contabilidad en lo cotidiano



Todo tiene valor. La dicotomía entre lo que digo y pienso nace de cada externalidad subyacente. Los centenares de números absorben la percepción. El noticiero golpea con cifras de desempleo, que cayó un 6%, que mejora las expectativas del mercado, que las remuneraciones aumentan. El PIB se mantiene en un constante 6%, la TPM quedó fijada en 3,25% por el Banco Central, que la inflación crece, que el la economía repunta por sobre las "expectativas" de los analistas....y así, aparecen las contabilidades, las especulaciones, las estimaciones, los balances, etc...El dinero, en tanto, omnipresente siempre. La subida constante del precio del cobre incide en la depreciación del dólar. Es una abstracción, pero cuantificable, medible y perfectible, de acuerdo con la "mano invisible" que maneja las cuantificaciones del-o los- economistas. Son "gurús" que anticipan crisis y/o eventuales auges en los mercados financieros. Predicen el devenir fluctuante del comportamiento de la economía. Las políticas fiscales se cuelgan de estos vaticinios. Hay aciertos, pero también errores cuando interviene una medida fiscal ineficiente. Por supuesto, que hay reacción del mercado. Lógico. Cada movimiento aislado del puzzle financiero, influye en un todo de sistema arraigado en el mundo. Cada pétalo de cordura, de estas mentes privilegiadas, analiza eventualidades de lo que ocurrirá o lo que ocurrió en materia monetaria. Múltiples factores influyen en ciertas variables, que moldean la casuística casi empírica de una ciencia social que colapsa, se recupera, se refuerza y retoma su camino lleno de vaivenes ininterrumpidos, para repetir el ciclo periódicamente.


-Hay una nube sobre mí-dice ese ejecutivo, comiéndose las uñas.


El calor no lo enfría. Se mantiene quieto. Pero siente que no hay más sentido en la rutina que aprecia diariamente, de aquella donde respira smog o se tropieza con parades recortadas. De negro, elegante-dicen los que saben-manifiesta una seguridad que le ayuda a cerrar un negocio. Es una sensación de armonía, pero también de hastío. Aún así continúa con sus treinta años a cuestas buscando aquello que ilumine de una vez por todas, y para siempre, su rostro: el amor verdadero. ¿Llegará ese amenecer anhelado? Se pregunta siempre.


-Desconfía de los que te miran por la espalda-le aconsejó una vez su abuelo.
Los precios se transparentan. La publicidad también. Miles de estímulos penetran sus sentidos que, ya saturados, tratan de captar mensajes persuasivos sobre adquirir cómo adquirir un producto o cómo obtener descuentos mutiples si emplea el dinero plástico en lugar del efectivo. La multitud que está a su alrededor, en el centro de la urbanidad, supera con creces a la cantidad de monedas que desgastan el bolsillo de su pantalón. No hay nostalgia. Aprendió a sostener su propio peso. Ahora camina tranquilo, mientras mira su celular con la esperanza de achuntarle a los resultados de la bolsa.


-Mis acciones subirán. Sí que lo harán- se dice confiado.


De noche o de día. 24 horas es poco para su ansiedad embobada de sortilegios sempiternos. Voces interiores le dicen cómo invertir, cómo endeudarse, cómo refinanciar sus compromisos. Sin embargo, confía más en lo que le dicen sus cercanos. Hay vocación interesada. Su experiencia le ayuda a escalar posiciones en un mercado fuertemente competitivo. Y los números lo agobian, pero ni tanto: aprendió a convivir con su permanencia en su memoria, en su vida y en su mundo ejecutivo. La soledad es su mejor amiga. Los libros su refugio. La naturaleza su único escape. Ahora le queda disfrutar el resto de su vida. Querrá jubilar bien. Su AFP le indica una previsión decente, mientras los niveles de APV aumentan. Es tranquilo. Es un "despreocupado" como dice el comercial del Grupo Security. Pero es algo que va más allá. Es un nihilista moderno. Un tipo cuyos valores tienen precio. Cuyos sentimientos pesan lo mismo que su cuenta corriente. No es malo: Es egoísta. Dice que es lo que es. Pero es feliz así dentro de su felicidad programada.