miércoles, noviembre 23, 2005

Constante transición


Para que la roca se convierta en tierra, deben pasar siglos de cambios en la materia. Y estas modificaciones que trae consigo la evolución, no hay que atribuírselas a ningún ser superior. El hombre, con su conciencia puesta en el entorno, construye percepciones efímeras de la realidad a su modo. Así como el viento trae siempre aires renovados, los organismos vivos siempre transforman lo que está a su lado. Si la vida termina cuando empieza la muerte es porque el ciclo planetario tiene principio y fin. Volver a existir sólo es posible de forma corpórea, no espiritual. Volver no significa retornar, sino permanecer en lo natural. Transcurren los sonidos que azotan los oídos sordos. El mundo se muestra como es mientras los ojos así lo vean. Las fragancias de las cosas tienen su propio olfato. Lo que se toca con ahínco son casi siempre creaciones humanas. Los sentidos no engañan al sujeto que observa. La verdad es una convención social. Entender el mundo como una vorágine de permanentes cambios, significa asumir que las ideas no son inmortales. Lo obsoleto tiene cara de sabia tradición. Lo novato se pone la máscara del amoldamiento. La abstracción es un intento subjetivo de darle sentido a la experiencia. Volver sobre lo mismo o reflexionar, siempre ayuda a revalidar los propios preceptos. Como decía Schopenhauer: “El albedrío es la realidad externa inalcanzable”. El asumir que sólo yo existo es un idealismo subjetivo, que se pone de manifiesto cuando llevo el escepticismo al extremo. En un abrir y cerrar de ojos o por arte de magia, uno cree de repente en Dios. Y valora la doctrina religiosa con todos sus designios que garanticen una idónea transición al más allá después de la muerte. En estos casos, la fe tiene un carácter utilitarista en el sentido de que se cree en Dios en los últimos días de vida para salvarse; siendo que nunca fue así. Si el cambio lo vemos hasta en nosotros mismos, cómo no vislumbrarlo en cada átomo perteneciente a este planeta-y por qué no decirlo-al universo entero. Una y otra vez cae la lluvia en invierno. Una y otra vez tropiezo con las minas piedras y cometo los mismos errores. Porque dentro de la personalidad, el temperamento del individuo siempre es el mismo; lo que cambia con el devenir de los años es sólo su carácter. Si uno es infiel de joven lo será siempre, por mucho que trate de cambiar. Lo mismo ocurre para una persona que es solitaria. En desmedro de lo anterior, el título que lleva por nombre esta carilla filosófica, alude cambio permanente que se da en la realidad y es cambio se manifiesta en todo lo que existe a los ojos del hombre. Querer hacer perpetuar algo es una utopía. Es cierto que ciertas obras de grandes pensadores tienen un carácter universal y aplicable en todas las épocas de la historia. Pero también es cierto que las valoraciones que los hombres le den a dichas obras variarán en el tiempo; de ahí el carácter efímero de toda verdad. Si me aboco al tema de la reencarnación propiamente tal, tendría que decir que el alma no existe, porque el cuerpo y espíritu forman un todo único. Por ende, destruyo ese dualismo o dicotomía del cuerpo versus alma. Y creo que después de la muerte no hay vida ni paraíso posible. Pero a decir verdad, la incertidumbre sigue habitando en la mente humana por no haber una respuesta válida a la pregunta ¿Por qué piensa el hombre? Unos dirán porque tiene cerebro, pero el resto de los animales también lo tienen, y sin embrago, no tienen la capacidad de razonar como los humanos. Los idealistas dirán que el hombre piensa porque tiene alma, y aunque así fuese, el sujeto estaría preso en su propio cuerpo, y por tanto lo que pensaría sería siempre en perspectiva. Sólo los más aptos sobrevivirán a las profundas alteraciones que sufrirá el mundo en las próximas décadas con el advenimiento de un nuevo orden basado en la tecnocracia. La constante transición será… la realidad.