martes, octubre 26, 2010

La alcancía de mis pesos


Ríen. Corren. Sueñan. Para las almas cándidas el tiempo es infinito. Ingenuidad transformada en infancia. Libertad de espíritu que no tiene precio. Regocijo de no pensar como el mundo exterior, que potencia el interior. Desconectarse de la noosfera y así lidiar con el sí de uno es una tarea que no suprimiré.

Hay un espejo quebrado en el horizonte de mi mente. Las divisiones trisadas parecen continentes, que me hacen preguntarme: ¿En qué creo realmente? No tengo respuesta. Es una búsqueda incansable. Me atrevo a mirar las partes resquebradas. Una representa al Dios cristiano-aunque sea una imagen borrosa-de un ser etéreo cuya piel está hecha de luz. Otra, es el reflejo de mí como centinela elfo que mira a su alrededor. En otra, mi madre con su dedo índice, apuntándome, sermonea mis acciones. Diviso una última en la que veo la silueta de una bella mujer desnuda, que con sólo mirarla, acelera mi ritmo cardíaco. Unidos los trozos, el rompecabezas de mis principios no está intacto.

-Hay una espina en mi corazón-dice mi voz interior cuando medito.

No comprendo el motivo: asimilo lo que me digo como la conciencia embobada del sistema estresante. De modo que camino a paso rápido y la inquietud sofoca. Cargo los karmas. Pesan demasiado. Los guardo en una caja de nostalgias. Recuerdos latentes de fantasmas susurrantes. Aunque admiro lo bello. Lo bello de la solidaridad. La individualidad no me somete. La naturaleza me tranquiliza. Lo no intervenido por el hombre limpia mi ser al punto de mandar todo a la ‘cresta’.

El dinero sabe a gula. De mi abuela aprendí el valor del esfuerzo. Nadie, más buena que ella, he conocido. Nadie, más hiperactivo que yo, he conocido. Víctima de las circunstancias, no soy. Sin embargo, vivo porque sobrevivo. Me adapto a lo que me toca. Que se evapore la sal, que se encarne mi espíritu. ¡Ahí voy, danzando al ritmo de las palabras en mi jardín de asfalto! Si el pesimismo toca mi puerta, mi alegría nunca fenecerá.