sábado, julio 04, 2015

Y ahora sí, la historia nos favoreció...


Hasta que nos tocó ver la bonita. Por fin, tras muchos años somos campeones. Pasaron décadas y, en realidad, más de un siglo. Pero la historia es para romperse. Adiós a los triunfos morales. los "casi, casi", "los terceros lugares", o "los segundos lugares". Ante Argentina jugamos como nunca y ganamos por vez primera. Una copa, como cualquier otra a nivel de selección, tan esquiva. La Copa América. Ahora hay que celebrar. Chile, el país, el pueblo, su gente se lo merece.

Las catástrofes nos remecen, la corrupción en la política, las desigualdades sociales, las manifestaciones, la crisis en la educación y salud. Los problemas de la nación. Nada importó cuando todas las clases y todo un pueblo se unió y se tiñó de un solo color: la Roja. Todo se olvida y toda la energía de las personas se centraron en que un grupo de 23 chilenos dieran la vida por levantar la copa. Cumplieron su cometido. Chile necesitaba ese desahogo. Llorar de felicidad. La fe sí movió montañas para que David le ganara a Goliat.

Lo más meritorio de todo, es que por fin ya superamos la filosofía del triunfalismo cuando se gana nada y el derrotismo cuando perdemos. El amateurismo también lo superamos. Somos profesionales, ganamos al mejor equipo del mundo con humildad y esfuerzo. Nadie le regaló nada la selección chilena. Creyeron. Se creyeron el cuento, pero no sólo lo creían. Lo demostraban cada jornada de la Copa en la cancha. Y dijeron, este grupo de jóvenes, que era la mejor generación de jugadores de la historia. Y eso lo ratificaron en la cancha. Es decir, Chile ganó a la historia, se superó a sí mismo, y a su rival histórico. Ese al que nunca le había ganado y le ganó.



La vida tiene sorpresas. Revanchas. Si con Brasil siempre perdíamos, al igual que con la Argentina. Había que doblarle la mano al destino en casa. Manejaron la presión de ser local los jugadores chilenos, y la transformaron en motivación. Y se las mandó Farkas con regalar las 40 mil banderas que flamearon en todo el Nacional, e hicieron ver pequeños a los trasandinos agradados. Ellos pecaron de soberbia. Les digo en la cara: !Decíme qué se siente..argentino cagón!

Lo más meritorio de todo, es que terminó la frustración. Se acabó. Ganamos. Nos sacamos las ganas. Y ahora celebramos como nunca en Plaza Italia y en La Moneda. Este triunfo hace creer a las nuevas generaciones, que somos capaces de ganarle al mejor y a cualquiera, si se cree en ello, se trabaja con esfuerzo, estrategia, táctica, concentración y entrega en la cancha. La unión hizo la fuerza como equipo y también destacaron las individualidades; esas que juegan en los mejores equipos del mundo. El ingrediente de garra también nos sirvió. Los menores, los niños, pueden creer. Y sabrán que se puede ganar. A partir de ahora, Chile podrá seguir ganando. ¡Viva Chile mierda!