martes, mayo 08, 2018

Calma flotante en cielo despejado




Volar es despegar la mente. Es despegarse del suelo para sintonizar las nubes con la imaginación, que en dicha circunstancia hacen vibrar los sentidos. Cielo del relajo, aire disuelto. Cada latido se siente en calma. Durante el vuelo flotar no reviste apego. Libertad quieta en lo azulino del cielo plano. Mirada profunda sin fin. No hay dudas; sólo ensoñación flotante.Trance remoto a metros de altura abismal. Somos un átomo de cielo. Ni eso es compatible con la combustión de asilo fulminante. Comprendes que la existencia habita entre un palpitar de ojos y un racimo de uvas, en el cielo. Cuando las nubes cubren el destino penumbroso, el sol viene a aclarar tu visión periférica. Miras en 180° grados y aspiras al 360°. Ver todo es ver nada. El blanco incluye todos los colores; el silencio todos los sonidos del universo. Aprender es comprender que el ser holístico se esconde en cada uno de nosotros. Somos los llamados pequeños budas dispuestos a dar un salto en el abismo sin retorno seguro. Cuando sales, algo ya no regresa en ti. Eres el uno con el todo. Simbiosis plena de un atardecer anochecido; virtud del alma transmutada arriba de un avión. Hasta aquella canción suena mejor arriba del silencio. Yuxtaposición impecable que ni el músico más famoso ignora por completo. La alegría profunda del abismo circunstancial indica que la vida sigue un curso no lineal. Disperso de por sí y para sí. No hay un más allá sin un más acá. Contraposición impetuosa de los orgullos humildes. El hambre tiene sed de gula. La sed tiene hambre de sequía. Desde arriba la altura de miras te aclara el panorama; despejada la mente juega su juego el destino caprichoso de armonías salpicadas en pensamientos perdurables. Objetivos aclarados. Reinvención de los caprichos del ego errante. La flor ya no se marchita más. Cruje en armonía el ser de pétalos flotantes, cual flor de loto abierta completamente a Jesús vivo. Espiritualidad despertada con alma quieta. Ya nada perturba la estabilidad de un sistema abierto controlado por una mente flotante. Sensación repetida al compás de porvenir presente. El vocablo se ha pronunciado.



Maestro de las alturas que enseñas a volar con la mente. La plenitud del cielo te cobija en su majestuosidad. No hay temor, solo paz. Nada llena tal vacío como eso. Aquello que no miras con los ojos, pero que, sin embargo, dejamos de verlo por llenarnos de pensamientos negativos del ser involuntario, atrapado en ideales repetidos. Materialismo puro de un sistema mundano, apagado y sofocado. Lo bueno de volar es que aprecias que los problemas son chicos; los miras como si estuvieras en otro mundo, como si no existieran, que no valen la pena. Lo bueno también es darte cuenta que el amor existe. Que la distancia no existe cuando dos personas sintonizan una misma frecuencia. Y eso se tiene a miles de kilómetro si es mutuo. Las emociones juegan su papel emocionante, que te eriza la piel cuando sabes que un sector de la Tierra alguien siente lo mismo por tí y hacia ti, lo cual llena de alegría el espíritu y el corazón late mil de felicidad. Y así. Y así. Se carcome el tiempo, que pierde sentido cuando dos seres confluyen en aquello que llaman amor verdadero. No hay obstáculo que impide el traspaso de plenitud. Eso de almas que gemelas que no mueren y se reencuentran una y otra vez en la canción constructora de ser. En lado de la vida estoy yo, en la otra tú, combinación que en equilibrio nos permite seguir volando. De lo contrario, un aterrizaje forzoso nos espera para caer y suprimir el sueño. Cada día tiene su afán, así como se riega una planta a diario, el amor del mismo modo se cultiva para crecer desde los átomos a la piel; cuya alma sempiterna vaga en estados diferentes que se vuelven una sola alma, combinada de amor celestial. Volver a volar es sentir eso y mucho más. Viaje del cielo mágico. Celestino de esplendor que me llevo conmigo. Gracias por estar y existir ante mis ojos, vuelo de la vida.