lunes, abril 22, 2024

Otoño estival: La pesadumbre de un calor refrescante

Las escalofriantes vibraciones del pensamiento actúan desde una frecuencia desequilibrada, pero tienden a restablecer su orden natural, en equilibrio, cuando la consciencia despierta y el ego desaparece. Sé consciente. La mente es la que habla, no tú. No eres el pensamiento, ni nada emocional. Si te conviertes en atracción egoica, eres inconsciente. Sé el conocedor de lo que suceda. 

No te deja dormir aquella preocupación pujante. Aquello que cuando escasea resuena una y otra vez, en la mente inconsciente. Es el dinero la medida de todas las cosas en este mundo excesivamente material. Cuesta encontrarlo. Eso carcome y deprime. Hasta los sueños se desvelan este otoño estival de abril. El sol se nubla con canciones añejas y pasiones retrógradas. 

Las sombras vienen y van. Los pensamientos nadan en la mente identificada con el ego. Ni el silencio se salva. Sé presente. Sé un regalo del ahora, que es lo único que existe. El tiempo es una noción humana del transcurso de los sucesos. Lo eterno habita en ti. No busques afuera, lo que siempre ha estado en ti. El alfa y el omega. El principio y el fin. La partícula de Dios es la esencia en estado puro. Nada le sobra ni nada le falta para ser lo que es. El universo no sabe de dimensiones. "Soy el que soy", le respondió Dios a Moisés cuando le entregó a este la tabla con los los 10 mandamientos. 

Cuento Santiago 100 palabras 2022

Muro social

Hay muros invisibles. Dividen a las personas. En zonas o territorios. La música resuena distinta en oriente a poniente. Y me acerco al encuentro, allá con áreas verdes, sin basura ni grafitis, ni un perro callejero. Acá, bullicios, bengalas, basura, rayados, perros y baches. Dos mundos, una misma ciudad. Luego, desperté sabiendo que no pertenezco a ningún mundo. Sigue igual todo. Traspasar el muro social no sirvió de nada. Llora la agonía solitaria, que reniega su ser; alguien debe reinventarse. El cómo no sé. El para qué, menos. El por qué, tampoco. Solo sé que nada sé y lo que sé, no sirve de nada. Ni lo socrático salva. En su burbuja se queda, el animal enjaulado, y a su monumento flagela la cordura cartesiana. Adiós al hola repentino. Hola al adiós que nunca se va. La espiral eterna del retorno a lo mismo. El polvo se vuelve cenizas de esencia. Formas todas de vida sin vida, de luz sin sombra de partículas que crean materias inertes carente de sentido pulcro. Al final, no somos más que eso, como dice Nirvana. El lamento de bebé adulto queriendo morir joven para despertar en el desierto que no existe. El paraíso se lo llevó el cartero celestial. El apóstol de un ruiseñor con poderes inteligibles.