martes, febrero 26, 2019

Piel a piel



Por Gabriel Angulo

Con la chispa atractiva, el fuego de la pasión encendió el amor. No hay apuros. No hay tiempo. Algo late en ambos, más allá del corazón. Es el anhelo de estar vivos, en el acto mismo de amar. Los cuerpos se estremecen, quieren juntarse. La dicha del placer, la ternura del ser. La historia milenaria que se niega a perecer.

Ese sentimiento mutuo que entre dos surge y que es envidia hasta de los propios ángeles. El Altísimo es el testigo omnipresente del amor en todo su esplendor, en este mundo mundano de personas dispuestas a amar. Si Dios es amor, el hombre es el reflejo de dicho amor, en este planeta. Algo que debe cultivar. 

Todo parte con una mirada. Esas cautivadoras que se cruzan con devoción. Luego, la proximidad activada por esa misma cadencia de imán, los une: los invita a besarse. Tras ello, sucede lo que el instante llama. Las caricias bellas en pareja. 

Sol y playa. Escenario del verano. De la mano caminan dejando una huella de amor marina. La estela de la vida, la marca del destino. Cada paso es sendero por vivir y cada amanecer un día por conquistar juntos.
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La llama de la noche

Hasta que cae la noche. Esta se presenta en su esplendor. Los besos y las caricias adquieren protagonismo. Somos dos. Tú y yo, en el resplandor de la luna llena amorosa. 

Nos acercamos y acerco mi mano a tu suave rostro y lo acaricio. Miradas deseosas de placeres dulces. Tu cabello vibra. Nos deseamos. Es la llamada del tacto sutil, el cariño de piel a piel. Un beso desencadenó el resto.

Las palabras sobraban y la ternura se hizo dueña del ambiente. Ojos cerrados, luz apagada. Solo la luz del amor desencadenado estaba encendida. Besos largos. Caricias. Besos largos. Movimientos ondulatorios en alcoba íntima. Rica ansiedad alimentada por ahelo mutuo de placer intenso. Ruborizados, extasiados, iban encaminados al climax nocturno.

Toque de queda al amor. Golpe al estado placentero. Roces suaves y el sabor a piel cremosa de mi diva es maravilloso. El calor apaga el frío, ventana abierta música de fondo. Las ropas casi solas se desprenden. Las pieles se quieren tocar, las pieles se quieren amar. Están expuestas al instante preciso, la delicia sin desquicio. Nada perturba la ocasión, nada bloquea el sudor.

Te miré, te sentí y me reí.
Me correspondiste con tu mirada directa y tu sonrisa tenue. 
Me miraste, me sentiste y te alegraste.
Luego, como teatro del amor, nos recostamos a contraluz de las dudas. Tú y yo, nada más importaba.  

Entrega delicada en delicias sin fin. Besos carmesí: miel recibí y te di lo mejor de mí. Reciprocidad íntima en complicidad astrológica.

Dibujé las siluetas de tu cuerpo, mientras relajaba tu piel y tu mente. Cada centímetro probé, cada contorno rocé. Eras la musa que inspiraba el acto, el motor que arrancaba cada vez que emergía tu flor, tu suavidad acercando la intensidad sublime.

De la mano en el acto, poseídos en el trance, estábamos. Llegamos a la cumbre del placer, la cima del amor culminado en la sensación, entre el ser y no ser. Simplemente, vivos para vivir lo nuestro. Cuando llegamos al destino placentero, comprendemos mejor nuestra felicidad. De la mano, juntos, contigo Natalia Riquelme, vamos descubriendo día a día, esta ensoñación de amor que nos empuja a seguir descubriéndonos día a día.




  
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