miércoles, agosto 24, 2016

El Hombre Rutinario



Por Piero

Religiosamente, se levantaba cada día a las 7:00 am. La rutina era su pasatiempo, de lunes a viernes, abordando el Transantiago a las 7:30 am. Algo inexplicable prendía su ánimo. Nunca se veía angustiado. Muy por el contrario, con los ojos bien abiertos dispuesto a cumplir su trabajo. No conocía la palabra cansancio. Dormía ochos horas diarias. A veces, sufría insomnio; sus ojeras lo delataban, pero siempre despierto. En su oficina, cada cual en lo suyo. Se sentaba en el escritorio y comenzaba su labor. Frente al ordenador, revisaba y corregía planillas de contabilidad. Le urgía terminar una tarea y comenzar otra. Desde pequeño le enseñaron a cumplir los deberes. No pretendía ascender de puesto. Su padre le inculcó, la disciplina militar. También, el anhelo de ganar pan "con el sudor en la frente". Consignas que jamás olvidó.
Reservado. Silencioso. Tauro. Vivía solo. Arrendaba un departamento en zona periférica de Santiago. Su pasatiempo favorito: ninguno. Dejaba de lado toda distracción. Navegaba por internet sólo para revisar su correo electrónico y ver portales de noticias. Detestaba el desorden, tanto como la televisión. Cada tarde llega a su hogar, de un dormitorio, con cocina americana. Hacía aseo. Ordena. Barre, luego trapea. Nada queda desparramado. Parte por su pieza y luego el comedor, el baño y la cocina. Limpio. Cada mañana el sol alumbra su ventana que mira al este, cuyos rayos lo despiertan, acostado en su cama de dos plazas. Y siente pasar las micros y la locomoción, en la avenida contigua a su vivienda. Poco sociable, las circunstancias lo instan a interactuar con una mujer.
-¿Va muy apurado al trabajo?-le pregunta una bella joven morena, en un paradero.
-Sí, no puedo llegar tarde.
-Eso no le da derecho a empujarme.
-Lo siento, a mí también me empujaron.
Intercambiaron miradas. Ella pone ojos coquetos y tiernos a la vez. Le gusta la apariencia varonil de él: Alto, elegante, de tez blanca, con barba y ojos café claros. Emilio ni la percibe. Está impávido escuchando radio de su celular. Encerrado en su mundo. Llega puntual como siempre a la oficina; 8:30 am. Se sienta en su computadora y comienza la rutina. Lo cual, lejos de disgustarle, lo pone contento. Se acerca su jefe, quien desea hablar con él.
-Rebeca, dile a Emilio que pase a mi oficina, por favor-le ordena a su secretaria.
El trabajador estrella de la oficina, el que ha sido empleado del mes por diez meses consecutivos; el que nunca llega tarde; el que cumple las metas; se sorprende por el llamado.
-Emilio, ¿Qué tal? Toma asiento, quiero conversar contigo.
-Me imagino que me llama por la propuesta del nuevo cliente. Ya la revisé…
-No es nada de eso. Relájate, quiero hablar sobre ti. Que me cuentes más de tu vida.
-¿Sobre mí? Qué de interesante puede tener.
-¿Eres feliz?
-Pero ¡Qué pregunta! Claro que sí. No necesito ni mujer, ni hijos ni mascota para sentirme bien.
-Me refiero en el trabajo...
-Ah lógico que sí. ¿Acaso no se nota? Mi desempeño es sobresaliente.
-Eso, qué duda cabe. Lo que no comprendo, es tu dedicación, casi religiosa. Acá no ganas tanto, no tienes a cargo ninguna jefatura, tu sueldo se ha incrementado apenas un 10%.
-Lo sé y estoy conforme. No me quejo.
-Tómate unas vacaciones.
-¿Qué?
-Tomate unas vacaciones.
-No las necesito. No las quiero y no estoy cansado.
-Pues, te las tienes que tomar. Nadie pone en duda tu desempeño. Aportas demasiado con tu trabajo. Sin embargo, necesito a trabajadores felices, plenos, que tengan también vida propia. Llevas más de cinco años en la empresa y jamás te has tomado vacaciones. Esta situación debe cambiar. Estás hiperventilado y noto tu estrés, aunque lo niegues…
-Pero no estoy esteresado. Al contrario, el trabajo me relaja.
-Te daré tres meses de vacaciones. Recibirás tu sueldo completo durante ese periodo, más los bonos de vacaciones correspondientes, además de un incentivo extra.
-Pero jefe, no quiero…
-No te estoy pidiendo tu opinión. Te lo estoy exigiendo. Y no me discuta Emilio. Se toma esas vacaciones y punto. Si no las quiere, perfecto, pero no vuelva nunca más a esta empresa. Mañana mismo comienza sus vacaciones. Nos vemos dentro de tres meses. Se puede retirar.
 
Emilio no dijo nada. Estaba desconcertado. Agachó la cabeza y cabizbajo regresó a su escritorio. Y eran las 17:34 horas, pronto terminaría su jornada. No quería vacaciones. Odiaba el ocio. No iba a fiestas, no bebía alcohol y menos fumaba. Tampoco compartía con sus amistades que no veía hace más de tres años; todos con sus vidas hechas, cazados, con hijos, etc. Su reloj marcaba las 18:30 horas. Tiempo para retornar al departamento. No se despide de nadie. Ni de las secretarias. Tampoco de los otros siete contadores que posee la firma. ¿Qué echará de menos? La rutina, más que a sus colegas. Iba en la micro del Transantiago reflexionando acerca de qué haría con su existencia, dentro de los próximos tres meses. Como siempre, el autobús repleto. No había asiento disponible. Iba parado. Escuchaba música ochentera. A sus 31 años, no sabía qué hacer. No se le ocurrían panoramas. Se había acostumbrado a su ajetreo diario. En eso, una mujer que se internaba entre los pasajeros de pie, en la parte trasera, donde se hallaba Emilio, lo roza sin querer.
-Le pido disculpas. Me empujaron. Como ve, va llena esta cosa-le dijo.
-No se preocupe-respondió en breve y seco.
La joven morena lo miró y quedó pensativa. Era la misma que se topó la otra mañana.
-En algún lado lo he visto a usted.
-No lo creo-dice Emilio.
-¡Ah sí, ya lo recuerdo! Es usted el hombre que vi el otro día en el paradero, y que me empujó. Me pareció ver a alguien serio, imperturbable, que piensa sólo en su trabajo.
Emilio no respondió nada.
-Oiga y usted, ¿A qué se dedica?-se atreve a preguntar ella.
-¿A qué viene esa pregunta?
-¡Ay qué pesado! Le apuesto a que es poco sociable y de pocos amigos.
-Está usted en lo cierto.
-Aún no me responde. Y no me diga usted. Tutéame.
-Trabajo, como cualquier mortal promedio del país.
-Y, ¿En qué si se puede saber?
-Soy contador auditor.
Luego, la mujer no supo qué seguir preguntando. Esperaba que él tomara la iniciativa de la conversación. Pero él, miraba hacia otro lado, disimuladamente. Hacía calor, unos 23ºC. Bastante, para una tarde primaveral. Alicia-así se llamaba la joven veinteañera- no dejaba de mirar a Emilio. Era atractiva, vestida de polera apretada y buzo de gimnasia, lo cual hacía notar su esbelta figura. Emilio, la  ignoraba. Sin embargo, de a poco comenzó a devolver miradas. Y cuanto más la miraba, más se preguntaba qué diablos haría durante los próximos días. El silencio incómodo, se prolongó más de la cuenta. Quedaron dos asientos. Emilio se sentó al lado de la ventana y ella en el pasillo. Tenía ganas de conversar. Hasta que soltó:
-¿Qué harías durante tres meses de vacaciones con sueldo asegurado?- le pregunta.
Ella lo mira como sorprendida por la pregunta y responde:
-Mejor pregúntame qué no haría.
Alicia, a diferencia de Emilio, era una mujer que le gustaba disfrutar de su tiempo libre.
-Yo no salgo mucho, ¿Qué te gusta hacer en tus ratos libres?-consulta Emilio.
-Me gusta ir al gimnasio. Ir a clases de Zumba. De hecho ahora vengo de ese lugar. También me gusta ir al cine, leer, ver películas y en vacaciones viajar. Y a ti, ¿Qué te gusta hacer?
-Cuando llego al departamento, bueno, ordenar. A veces, leo novelas. Y no me gusta navegar por internet, salvo para ver mi correo. Me carga la televisión, así que está siempre apagada.
-Por lo que me cuentas, eres un tipo aburrido.
-Puede ser. ¿Y qué con eso? Es mi estilo, mi forma. Estoy cómodo así.
-Te saqué el rollo, de una. A ti te falta “más calle”, más vida. Eres demasiado trabajólico.

Emilio no respondió. No comprendía aquello de “más calle”. Retornó el silencio entre ambos, aunque las miradas seguían interactuando. Faltaba poco para que la micro llegara al paradero donde tenía que descender. Emilio, estaba nervioso, aunque le agradaba la compañía de Alicia. Y ella, al parecer, retribuía el mismo sentir con rubor en la cara.
-¿Te invito a tomar once a mi departamento?, ¿Vienes?-preguntó en seco Emilio.
Alicia quedó sorprendida por lo directo de la pregunta. Le incomodó un poco. Un tipo que recién conoce, ya la está invitando su hogar, pensó. Sin embargo, aceptó la propuesta.
Subieron al sexto piso. Estaba todo en su sitio, ordenado. A ella le agradó que alguien soltero y joven pudiera ser tan ordenado y limpio. Cualquiera pensaría que una sirvienta hizo aquel trabajo. La sentó en el sillón y fue a prepararle once. Pan, queso y palta, había. Comieron. Se sentaron en el sillón, que era más cómodo que el comedor. Se miraron. Se gustaron. Había atracción mutua. Ella esperaba que él, tomara la iniciativa. Él no sabía cómo. Alicia captó que tendría que actuar ella. Se acercó, lo besó. Luego, se paró y se fue. Antes, le pidió papel y lápiz a Emilio y le dijo:
-Llámame a este número cualquiera de tus días de vacaciones. Yo ya salí de clases en la universidad y tengo todos los días libres.
Se dirigió a la puerta. La cerró tras de sí y se marchó. Emilio, ni se despidió. Tenía sentimientos encontrados. Ella, lo sacó de su rutina. Eso, le gustaba y le inquietaba a la vez.
Al siguiente día, Emilio la llamó temprano. No había podido dormir toda la noche, pensando en ella, en sus labios. No quería empezar sus vacaciones solo. Se juntaron en la tarde. Se repitió la escena, pero esta vez con más pasión. Y fue Emilio quien la besó, la tocó. Su corazón latía a mil. Hace ocho años que había estado con su última novia, con quien perdió su virginidad. No era experto en las artes amatorias. Frente a eso, Alicia le enseñaría más de la “vida”, de la “calle”, como ella misma le había dicho que le faltaba y se dejó tocar por él. Le gustaban sus manos y que fuera tres años mayor. Se fueron a la pieza. Hicieron el amor. Más tarde, fueron a un pub a beber un trago. Luego, regresaron al departamento, durmieron juntos. Al día siguiente se quedó. Cocinaron juntos, se bañaron. Ordenaron. En la tarde fueron al teatro. Al otro día lo mismo, pero en la noche fueron al cine. Cuando volvían de sus paseos, hacían en amor. Emilio, se enamoró y amó su nueva rutina, ahora en compañía. Pero el tiempo pasó rápido. La tarde del 28 de febrero, se produjo un cambió rotundo y caló hondo en Emilio.
-Si me amas tanto como dices, repite diez mil veces que me amas en voz alta.
Emilio, como hechizado por ella, le hiso caso. Estaba dispuesto hacer cualquier cosa por ella.
-Te amo Alicia. Te amo Alicia. Te amo Alicia…
Ella lo miró fijamente y entendió que Emilio la amaba de verdad. Como tenía prisa, se fue a duchar y dejó a Emilio repitiendo los miles de “Te Amo”. Regresó.
-Te amo Alicia. Te amo Alicia. Te amo Alicia…
-¿Cuántos “Te amos” llevas? Creo que es suficiente.
Emilio la ignoró y siguió la rutina. Prolijamente, llevaba la cuenta en la mente.
-Basta Emilio.
Él seguía, imparable. No le gustaba perder ni dejar a medias nada.
-Basta dije, o me voy y no me verás más.
Emilio sabía que Alicia hablaba en serio. Las escorpiones son de una sola línea, y decididas, pensó. Por dentro un instinto más fuerte que su propia voluntad, le instó a seguir diciendo:
-Te amo Alicia. Te amo Alicia. Te amo Alicia…
Ella con rabia, tomó su bolso y antes de pegar un portazo, le dijo a Emilio:
-Adiós, Emilio, hasta nunca. Te quedarás sólo. No quiero a un obsesivo como tú a mi lado.
Terminó la rutina de los “Te Amo”. Quería correr tras Alicia, quien hace media hora se había marchado, pero sabía que era demasiado tarde.


Lunes primero de marzo de 2015. 7:00 am. Suena el despertador. Emilio sale de la cama de un salto. Sabe que volverá a la rutina, porque concluyeron sus vacaciones. Esa misma rutina, que tenía antes de conocer a su amada; ahora su ex. A su lado, nadie. La soledad: su compañía. Sintió un frío en el pecho que jamás había experimentado en su vida. Tras eso, comenzó a llorar como niño desconsolado, con dolor, fuerte. Cuando terminó de desahogarse, se duchó. Agua fría. Y dio vuelta la página de su mente. Esa mañana, abordó la micro del Transantiago a las 7:45 am, la misma donde conoció a la única persona que logró sacarlo de su rutina. Miró con algo de nostalgia el pasillo, los asientos y pasajeros del transporte público, por si aparecía Alicia, pero fue en vano. No supo más de ella; nunca le dijo dónde vivía. Se tragó la amargura y retomó su frialdad temeraria, dando vuelta la página, de forma definitiva. Llegó puntual, como siempre a su trabajo. Ingresó directo a la oficina de su jefe, olvidando por completo a Alicia, con orgullo propio. El mismo que inculcó de su padre, quien por eso quedó solo y fue abandonado por la madre de Emilio, criando solo a su progenitor.


-Emilio, ¿Qué tal hombre? ¿Cómo estuvieron esas vacaciones? ¿Pudiste salir y conocer gente nueva o un amor de verano? Cuéntame, hombre, por Dios…
-Tenía razón jefe, me hacía falta distraerme, porque esta distracción me hizo darme cuenta que el trabajo es lo que más amo en la vida y no cambio mi realidad por nada del mundo.
El jefe quedó pasmado con esa respuesta, que no esperaba. Sólo atinó a decirle a su empleado que se retirara de la oficina, pensando que éste no había aprendido nada de la vida y que el descanso que le había otorgado no sirvió de nada.
Pensativo, Emilio dejó a su empleador en silencio y retomó sus labores rutinarias que llevaba haciendo por años, como si nada hubiera pasado, como si las vacaciones no hubiesen sido más un mal sueño y que jamás dejó su trabajo. Al finalizar la jornada, sin embrago, tras volver del baño, se percató que en su escritorio había un sobre azul. Con la sensación de ser como un zombie, o muerto en vida, tomó sus cosas y sin despedirse de nadie se fue a su hogar, abordando la micro de siempre, sabiendo que sería su último regreso a casa. 

2 comentarios:

Catherinne Ubilla Riquelme dijo...

Me gusto mucho. Buena Gabriel!!! Me gusta Como escribes

nuevafilo dijo...

Gracias estimada. Espero que se encuentre bien. :) allá en USA.