jueves, noviembre 12, 2009

Vientos marinos que azotan la vida


Es aconsejable, de vez en cuando, higienizar los pulmones. Cuando la ciudad agobia; cuando el gentío urbano merma la reflexión; cuando el estrés hace del cuerpo una esponja que sólo sirve para responder a la rutina; cuando dormir ya no es sinónimo de descanso; cuando las preocupaciones perturban la mente… Basta de eso. Un cambio es necesario. Una modificación aleatoria al provenir. Limpiarse el organismo con nuevos aires significa purificar, a su vez, el alma. Armonizar el espíritu provoca un bienestar interno que se proyecta en cómo nos mostramos. La mar es tan grande que la vista se pierde en el abismo. La tierra se nos muestra en su majestuosidad en la costanera de la vida. Dejar fluir la sangre; la constante imaginación que navega por la mente, a través de los pensamientos. No hay que petrificarse como una roca solidificada y erosionada con los recuerdos. Ahora, vivir del pasado se puede, pero que no sea la razón de existir. Que el pasado sea un cúmulo de experiencias que hagan valorar el presente y vislumbrar el futuro con ojos emocionados. Sólo cabe una interrogante ¿Vale la pena vivir? “Claro que sí”, responden los fantasmas buenos. Los malos sólo distorsionan al sujeto, convirtiéndolo en objeto de manipulación. Buscar la verdad dentro de uno mismo es la condición, sin la cual, sería imposible encontrar un sentido para vivir. Todo ser humano quiere ser necesitado. Mas, ignoran que la existencia misma los necesita, por tanto, en el instante que comprenden que son una pieza clave de la creación universal, agradecen la propia vida y evocan así la auténtica religión. En consecuencia, más vale viajar que retumbarse por imágenes televisivas. Conocer nuevos lugares amplía nuestra visión de mundo. La ruta está hecha. Sí. Aunque neguemos lo evidente, la esencia de las cosas se muestra como es. Los sentidos perciben erróneamente. Hay que desconfiar de ellos. Si bien no hay una razón pura que capta despojada de prejuicios, sí, internalizamos un ser racional con el cual analizamos el mundo. Pues bien, el ser irracional que también está en cada persona, saca a relucir el rasgo animal que dibuja la vida. No es locura. Hacerse el loco por un tiempo sirve para comprender el estado “normal” de las circunstancias. Es paradójico: en el sanatorio abunda la lucidez. Desde allí, se aprecian mejor las corrupciones sociales. Por eso, es bueno desligarse de lo material, lo ruidoso, lo caótico, lo inmediato. La playa nos invita a bañarnos en sus aguas-no para ahogarnos-si no para que mojados, valoremos lo que somos y descubramos el lugar que ocupamos en espacio. Si sentimos frío o calor adentro, es una señal que vislumbra lo eterno. La carne se congela y también se quema. Ella derrite cenizas de placer encumbrado en la cima del precipicio interno. Los huesos tiemblan. Los caprichos también. Da lo mismo, si la contemplación es el radiante sol que broncea la piel refrescada con la brisa marina, cuyo viento libera el espíritu. Es tan inmortal ser natural, que hasta las gaviotas ríen cuando un náufrago haya el tesoro escondido. La raya horizontal indica lo cuadrático de la redondez planetaria. Sentirse pequeño, diminuto; una partícula de la creación, un grano de molécula para el Altísimo. Todo es relativo. Abundan las miserias. Las sonrisas se pierden. La indiferencia se calcina cuando lo irreal se vuelve patente. La magia del cielo azul con calor veraniego enciende los rostros parcos. Terapia permanente. Soltera delicia. Cristalina y salada como ondulada oleada, soterrada por presiones que aletean espumas. Es magnífico caminar sobre el agua. Milagro aletargado. Sueños efímeros. El viento rebota. No va donde calienta el sol. Nada marca su pauta; nada en el cielo y en la superficie también. Hace estragos. Es bondadosa. Mejor no pensar a su ritmo. No hay mente que la soporte. Vale la pena, eso sí, condensarse con su fragilidad y liviandad de movimientos. Imitar al viento es querer morir para ser un ente etéreo. A su tiempo todo. Golpea en la piedra. Erosiona el pasado. Agudiza las texturas. Estiliza la vida. El viento, en definitiva, moldea la vida. Ante ojos humanos el viento conquistó las nubes de la mente.

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