Dolor
de espalda. Dolor de espalda. Eso piensa y siente, mientras el vidrio empañado
le impide contemplar el paisaje. Madrugada lluviosa con nublado extremo;
reflejo de su mente bloqueada. Sí. Por motivos existenciales. Cuando la
desilusión amorosa toca tu puerta es capaz de congelar cualquier chispa de
esperanza. Nada importa cuando el corazón extravía la llama de pasión que lo
hace latir con fuerza.
A su
lado, un desconocido roncaba. Durante la noche, a intervalos escucha la
chicharra, indicando que el chofer del bus excedió el límite de velocidad. En
tanto, Emilio ensimismado, dedicándose a ver por la ventana los atisbos de un
amanecer que se apronta. La humedad mañanera hace bajar la temperatura. Pero ya
dijimos que –salvo el dolor de espalda- nada lo inmuta; ni frío siente. Es un ave
retornando al hogar, dejando tras de sí una carga pesada de recuerdos, que preferiría
sepultar para siempre. Consigo, un anillo que jamás entregó y un “estoy
enamorado de ti” que jamás dijo.
*****
En
la esquina la espera. La avenida principal es el punto de encuentro. La
dibuja en su mente, pasmado. Quiere tocarla. Ella se acercará a paso firme, y él,
ansioso, se comerá las uñas. Pronto la conocerá.
Sigue
ahí. Pasan cinco minutos. “Debe venir en el colectivo”, se dice impaciente.
Pasan otros diez minutos. “Imposible que me deje plantado. Viajé más de 400
kilómetros sólo para verla”, piensa. No deja de mirar la hora en su celular.
Media hora, y no la ve. Elucubra lo peor. “No vendrá”, susurra para sí.
Cuando
las esperanzas ya se agotan, la ve cruzar desde la vereda de al frente, en Avenida
Francisco de Aguirre. Se aproxima preciosa, radiante, como la imaginaba.
-Hola
Emilio. Por fin nos conocemos.
-Hola
Rebeca, un gusto por fin verte, luego de meses de chat y llamadas.
No
hubo más intercambio de palabra. Sólo una mirada mutua. Una inspección visual,
se dio, para reconocer quién era cada uno. Transcurren tres minutos. En ese
lapso, el silencio incómodo toma protagonismo, hasta que Rebeca lo rompe:
-Disculpa
la tardanza. No pasaba nunca el colectivo y salí más tarde de lo habitual del
trabajo.
-No
importa. Lo bueno es que ya estás acá. Y ahora que te veo eras tal cual como te
imaginaba, incluso más bella-responde Emilio.
Caminaban
sin rumbo fijo, al principio. Ansiosos, no saben qué decirse. Sin pensarlo,
instintivamente juegan al ping-pong de preguntas. Se interrumpen entre preguntas
y respuestas. En fin, se estaban conociendo. Es natural que surja esa leve
tensión de la primera vista.
-¿A
dónde vamos?-pregunta Rebeca.
-A
donde nos lleven los pies. Aunque la playa es un lugar que me relaja. Caminemos
hacia allá-responde Emilio y le contó de su dolor lumbar.
A
paso lento empren el rumbo de caminantes, que sólo quieren divagar y dejar que sus corazones latan con fuerza. Luego,
besarse, acariciarse y dar cabida al amor pleno y duradero. Si es que, el
destino, así lo determina.
****
Tarde de domingo. “Fomingo”, como le gusta decir. Emilio, sin nada qué hacer. Rechaza la monotonía del último día de la semana. Prefiere el movimiento, el hacer cosas, el sacar partido a su tiempo en algo que valga la pena. Sin embargo, ¡Pamplinas! Su serie favorita lo encierra en el living. Con cerveza en mano y papas fritas para picotear, ve tele. Y así pasa la mañana, la tarde, hasta llegar la noche. Sin hacer algo productivo. Un día perdido. La noche, eso sí, lo invita a otra cosa.
En
su mente, sólo cabe alguien: Rebeca. No la olvida. Por compromisos del día
anterior no viajó a ver a su amada. La llama y no contesta. No está disponible
para él ni telefónicamente, ni en Facebook, Whatsapp o Skype desde hace tres
días. Eso le provoca inquietud. Ansiedad por saber de ella. El departamento se
la hace grande, en soledad.
“En
realidad, tenerla tan lejos y extrañarla a cada momento es amor”. Se decía esta
frase una y otra vez para calmar su alma. Había leído de un autor checo que, en
un amor a distancia, sólo caben tres alternativas, en el clímax de la relación:
1) El
amante que viaja a ver a su amada se queda con ella en el lugar donde ésta
vive;
2) Se
viene ella a vivir con su hombre;
3) Simplemente,
la relación se termina.
Trata
de alejar ese último pensamiento. Y empieza a meditar, leer y luego escribir,
pero nada. Sabía que había transcurrido más de un año y medio de relación, y
era el momento de tomar una decisión. De corazonada intuía que pronto vivirían
juntos. Esa convicción le hizo, a la semana siguiente, viajar a ver su amor,
acostumbrándose al dolor de espalda, que le ocasionaba el ir en bus. No tenía
recursos para hacerlo en avión. Estaba dispuesto a sacrificar seis horas de
viaje, con tal de estar a su lado. Lo hacía cada quince días y prefería de
noche. De día, se le hacía una eternidad, al igual que la molestia lumbar.
****
7:00
am. Lunes. Suena el despertador y Emilio se levanta. Se prepara para ir a su
oficina y lidiar con ocho horas de rutina. Es trabajólico, geminiano, alegre,
espontáneo e inquieto. El movimiento constante lo define. Hombre de ciudad. Ser
urbano que utiliza nuevas tecnologías de información.
Valora
su cotidianeidad, tanto como a su amor a distancia, que conoció vía Internet. Con
25 años, le queda futuro. Recién terminó lo estudios y encontró trabajo en una
firma transnacional.
-Hola,
amor. Me encanta escuchar tu voz-le dice Emilio a Rebeca mientras habla con
ella por celular durante su hora de colación.
-A
mí también, mi Emy querido. Te extraño tanto. Espero verte este fin de semana
como siempre.
-Por
supuesto, amor. Allá estaré para compartir nuestro fin de semana largo. Es
genial que el lunes sea feriado, así podremos estar juntos en ese hostal que
adoras- replica Emilio, quien no quiso reprocharle el hecho de no responder sus
llamadas ni contacto en redes sociales. Lo anterior, para evitar cualquier tipo
de roce entre ambos.
Cada
vez que viajaba Emilio, se veían en un hotel de la ciudad. El padre de
Rebeca-según cuenta ella misma- no permite la relación. Desconfía que su hija
única, de 28 años, se inmiscuya con un extraño menor de otra ciudad. Rebeca vivía
sola con su progenitor. Su madre había fallecido cuando tenía tres años de
edad.
Ella,
se las arreglaba para escapar de casa y encontrarse con Emilio, diciéndole a su
padre que tenía trabajo extra de fin de semana o que se quedaría en casa de su
amiga de infancia, en el Valle del Elqui. Una mentira que pudo sostener por más
de un año, pero, como nada es para siempre, ésta caería por su propio peso para
dar lugar a la verdad. La cual, lejos de mantener la circunstancia intacta, se
convertiría en un motivo que cambiaría el escenario. Aunque otra situación fue
la que, en definitiva, transformó el contexto.
****
Desamor.
Desencuentro. Frustración. Desilusión. Mirando el horizonte playero serenense
en el tradicional Faro, Emilio, decide retornar a su hogar.
No
dimensiona que, tras haberla visto por tanto tiempo y tantas veces,
simplemente, ella decidiera dejarlo.
“No te
quiero extrañar más”, le dice su amado, antes de terminar con él. Acto seguido,
añade: “Estoy esperando un hijo de otro”. Así de cortante sentenció el destino
de soltería, que acogería con resentimiento, el desilusionado Emilio.
El
regreso más doloroso le toca emprender. Corazón partido, dolido. Hace que el
dolor lumbar sea sólo una cosquilla, a lo que siente en lo profundo de su alma.
Primer desamoramiento in extremis.
***
Van
de la mano. Es mediodía. Caminan por la Plaza de Armas de la ciudad, tras haber
descansado y pernoctado en un hostal, que incluía desayuno. Respiran
tranquilidad; están en paz. Serenidad percibida por sus almas, que honra el
nombre de la comuna. El azul del cielo con intervalos nubosos, fue la atmosfera
que los rodeó ese domingo de abril. Pocos transcurrían por ahí. Era como si el
ambiente estuviera preparado para ambos.
Emilio,
embobado, sólo piensa una cosa: “Por vez primera me enamoro”. Se lo haría saber
a Rebeca en un momento dado. Siempre y cuando, el momento se diera.
Llevaba
consigo un anillo de piedra jade, la favorita de Rebeca. Ella, escorpiona,
apasionada, posesiva, pero también soñadora e impulsiva. Es tres años mayor que
Emilio y tiene, por ende, más experiencia en materias de amoríos.
El
día anterior, estuvieron recorriendo el Valle del Elqui. Acamparon a la altura
de Vicuña, en una parcela de la abuela de Rebeca. Una experiencia natural
enriquecida por la noche estrellada. El romanticismo afloró en la piel, el
corazón y las mentes jóvenes dispuestas a olvidar todo y concentrarse en el
momento presente. En su ahora, que adoraban, se entregaron al amor. Se
cuidaron, eso sí, pero fue un momento hermoso. Inolvidable. Incluso, el doble
de inolvidable para Emilio: su primera vez.
-Amor,
me entrego por completo a ti. En un lugar así y con una mujer como tú era lo
que había soñado para mi primera vez-dijo Emilio.
-Mi
vida, adoro ser la persona que iluminó tu amor y despertó nuevos sentimientos
en ti. Te amo por eso y cada vez que te veo siento que no te quiero perder más.
Noches
y días mágicos pasaron en el valle, cada vez que Emilio viaja. Rodeados de la
naturaleza, el esplendor del lugar, el río Elqui, la flora y el aire puro no
dejaban de encantar la vida.
Era
una relación única, especial. Sin embargo, como en todo, la ley de la
impermanencia haría su entrada inesperada y afectaría a uno de los
protagonistas de esta historia.
****
7:00
am. No se levanta Emilio. Pese a que disfruta su trabajo no está motivado a ir.
Perdió todo sentido hacerlo, dado que no tiene que viajar más. La distancia
ganó la batalla y las sorpresas del destino ensombrecen las redes de ilusión.
Su primera vez, su primer amor, pero también, su primer rompimiento y
desamoramiento.
Echará
de menos, el vidrio empañado. El sonido del motor del bus. Incluso, ese dolor
lumbar, que ya se había convertido en su leit
motiv. Esa bella sensación de ver pronto al ser amado, no la tendrá más.
Seguramente,
nunca comprenderá lo que pasó realmente. Iba todo bien. “Estábamos encaminados
a ser una pareja única. Teníamos una conexión inigualable”, se decía. Su voz
interior de optimismo se apagaba, poco a poco. La frialdad, junto con la
cercanía del otoño, cobraban fuerza. Y lo que en un tiempo fue luz, esplendor,
colores, aromas, pasión, flores, naturaleza, brisa marina y aire puro; hoy se viste
de sombras, smog, tráfico, ciudad, soledad, edificios y tristeza.
Pasaron
días; semanas. La palabra Rebeca ya no significaba nada. Borró cada imagen que
tenía de ella y con ella; incluso las selfies
más íntimas. La bloqueó de sus cuentas en redes sociales y no tuvo señal de
ella. Sólo olvidó bloquear sus llamadas, aunque sabía que no sabría más de
ella. Decidió enfocarse en su trabajo…
Las
jugarretas del destino, los caprichos de un amor o las pruebas de amor más
extremas y sin sentido, se les ocurren a hombres y mujeres para sellar un amor.
Inventar un embarazo, por ejemplo, o plasmar una incomunicación prolongada por
varios días, son estrategias que algunas personas usan para ligar a otras.
Una
mañana de otoño, Emilio está en su oficina, redactando un manual de reglamento
interno para su empresa, como prevencionista de riesgo. Lucía más trabajólico
que nunca. Eso le permitía ir convirtiendo en cenizas y luego en nada, el
recuerdo de su ex.
Sin
embargo, inesperadamente, recibe una llamada. De alguien menos pensado. Pensó
que era su madre, un amigo o alguna promoción, pero no…
-Mi
amor, voy viajando a verte en bus, pero no voy de visita. Me voy a vivir
contigo en tu apartamento. Y tienes razón, lo que me decías de la espalda, me
duele-dice Rebeca, quien hizo un bolso y escapó de su casa, sin avisarle a su
padre. Éste intuía hace bastante tiempo la relación y no creía las escusas de
su hija. En el fondo, la dejó actuar, aunque con resquemor, porque estaba
luchando por su amor.
Emilio,
helado. No supo qué decir. Cortó la llamada. Sentía comezón y un nerviosismo
raro. Pasa una hora. Sentimientos encontrados de amor, odio, resentimiento,
ilusión y pasión, hicieron que su corazón latiera a full. Aunque, curiosamente,
no podía evitar desear verla y abrazarla, aunque sabía que lo había hecho
sufrir. Le devolvió el llamado y la opción dos se hiso realidad para sepultar
la tres.
***
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